De esta forma comenzaba la noticia publicada por el diario Las Provincias el jueves 19 de agosto de 1868, en la que se informaba de la apertura, al día siguiente, del Trinquet de Pelayo.
Un gran acontecimiento. Desde sus inicios, el Trinquet de Pelayo se convirtió en referente en el deporte de los valencianos, la pilota. Con el tiempo, adquirió el sobrenombre de la ‘catedral’. Ningún pilotari sería considerado primera figura sin haber triunfado antes sobre sus losas. Sus partidas eran las más esperadas y concurridas por reunir a los mejores. Quedó como el único espacio para el juego de la pilota en la capital, donde hubo decenas de trinquets. Lo que no varió fue su influencia, ya que continuaba siendo el trinquet por excelencia. También lugar de reunión de políticos, artistas, toreros y deportistas de renombre. Eran los años en los que un pilotari era un fenómeno social.
En 1976 fue sometido a la gran modificación. Pasó a ser un espacio cubierto. Luz artificial, marcadores electrónicos, gradas más cómodas y otras actuaciones adecuaban el recinto a los nuevos tiempos. Pero en el mes de julio, el trinquet había cerrado por vacaciones, como era habitual, pero corría el peligro de no volver a abrir sus puertas. Si Pelayo cerraba, no volvería a abrir, debido a las nuevas normativas de las instalaciones deportivas. Más allá de los aficionados y habituales de la pilota, el cierre conmocionó a todo un pueblo, que se resistía a que Valencia perdiese una joya, una parte de su identidad, tradición, raíces y cultura.
Y se hizo la luz, José Luis López, el gran mecenas del deporte autóctono, decidió adquirir el trinquet. La noticia se hizo pública en octubre de 2015 en Les Corts. La supervivencia estaba asegurada. También su resurgimiento, por la apuesta decidida de López de devolver al trinquet su esplendor.